lunes, 5 de agosto de 2019

Jones, Duranty y Stalin: el bueno, el tonto y el malo



Gareth Jones 


En 1933 las ciudades sabían que las aldeas se estaban muriendo. Los líderes y los administradores del Partido Comunista y del Gobierno sabían que las aldeas se estaban muriendo. Las pruebas estaban ante los ojos de todo el mundo: los campesinos en las estaciones de ferrocarril, los informes procedentes de las zonas rurales, las escenas en los cementerios y las morgues. No cabe duda de que la cúpula dirigente soviética también lo sabía.

Anne Applebaum, "Hambruna roja. La guerra de Stalin contra Ucrania"


Entre 1932 y 1933, una terrible hambruna causada por la política estalinista de la colectivización forzosa asoló Ucrania y otros territorios de la URSS. Aquella catástrofe, que se cobró la vida de al menos cinco millones de personas, es conocida como Holodomor en Ucrania. Más de diez años antes, en 1921, otra brutal hambruna había matado a un número similar de personas en los territorios controlados por los bolcheviques durante la Guerra Civil Rusa. Las causas fueron similares, básicamente el llamado comunismo de guerra, es decir, la política leninista de requisas de grano a los campesinos. La diferencia entonces con lo que ocurrió en los años treinta fue que en 1921 las autoridades bolcheviques hicieron frente a la hecatombe pidiendo ayuda internacional, la cual obtuvo una buena respuesta, pero en 1933 el comportamiento de Stalin y sus secuaces fue negar la hambruna de forma absoluta, tanto en la URSS como en el extranjero, con el propósito de hacer como si nunca hubiera ocurrido. En un tiempo en que no había televisión, ni internet, y las fronteras estaban cerradas, podría parecer que tal cosa se pudo hacer sin gran esfuerzo, y sin embargo implicó a muchísimas personas, incluidos unos cuantos tontos útiles, durante varios años.

Desde los tiempos de la Revolución bolchevique, los soviéticos se habían valido de extranjeros para afianzar su propaganda en el exterior. Tras la hambruna de los años treinta, volvieron a alentar a esos "compañeros de viaje" para que hablasen en su favor, esta vez desmintiendo cualquier mención a la escasez de alimentos en la URSS. Algunos lo hicieron. Así, en 1931, cuando se vivían en la Unión Soviética los primeros efectos de la carestía, el escritor y Premio Nobel de Literatura George Bernard Shaw disfrutó en Moscú junto a Nancy Astor de un banquete celebrado en su honor por su septuagésimo quinto cumpleaños. Tras dar las gracias a sus anfitriones, se declaró contrario a quienes difundía rumores antisoviéticos y comentó que, cuando sus amigos se habían enterado de que iba a viajar a la URSS, le habían dado latas de comida para que las repartiera entre la gente. "Creían que Rusia se estaba muriendo de hambre, pero yo arrojé toda esa comida por la ventana en Polonia, antes de cruzar la frontera soviética", añadió. Antes tales palabras, parece que el público "se quedó sin aliento" y que "se pudo oír la reacción convulsiva de sus estómagos": una lata de carne de ternera británica habría supuesto una auténtica fiesta en la casa de cualquiera de los ciudadanos soviéticos allí reunidos.

Pero Bernard Shaw no fue el único intelectual que les siguió el juego a las autoridades soviéticas. Walter Duranty fue un afamado y potentado periodista británico que trabajó como corresponsal en la Unión Soviética de The New York Times entre 1922 y 1934. Resultó ganador del Premio Pulitzer en 1932 precisamente por una serie de artículos sobre el éxito de la colectivización soviética y el plan quinquenal estalinista. Duranty defendía cosas como que la vivisección de animales y la represión de los kulaks (campesinos supuestamente acomodados) en la Unión Soviética podían resultar espantosas, pero que "en ambos casos el sufrimiento infligido obedece a una causa noble". Ofrecía una imagen benigna de los "campos de concentración y trabajo" soviéticos, cada uno de los cuales, según él, formaba "una especie de «comuna» donde todos viven en relativa libertad, no encarcelados, pero obligados a trabajar por el bien de la comunidad. Tienen comida y alojamiento gratuitos y se les paga por su trabajo... desde luego, no son presos en el sentido estadounidense de la palabra". Esta postura hizo que el régimen soviético tratase muy bien a Duranty mientras vivió en Moscú, donde llevaba una existencia de lujo y placer, algo inaudito para la época en aquella ciudad: tenía una gran casa, un frigorífico eléctrico traído de Estados Unidos, un asistente estadounidense que buscaba datos, una anciana cocinera rusa, una joven doncellas rusa, un coche, un chófer, una amante con la que tuvo un hijo, y era el corresponsal que más fácilmente podía acceder a las altas esferas, hasta el punto de que logró entrevistar dos veces a Stalin. De hecho, tenía una foto firmada del líder soviético.


Walter Duranty  


En realidad, todos los diplomáticos y periodistas que había en la URSS estaban al tanto de la hambruna -también Duranty, claro- o al menos habían oído hablar de ella, pero casi ninguno la mencionaba para no importunar al régimen. Aunque hubo alguna notable excepción.

Gareth Jones fue un joven periodista galés que viajó varias veces por la Unión Soviética entre 1931 y 1933, y que fue testigo de la hambruna.

En febrero de 1933, mientras cubría la subida de los nazis al poder, se convirtió en el primer periodista extranjero que viajaba con Hitler en un avión. Jones, que había leído Mein Kampf y suponía las ambiciones de su autor, escribió: "Si este avión se estrellara, toda la historia de Europa cambiaría". Contempló la reacción de los alemanes ante su nuevo canciller percibiendo "una pura adoración primitiva". En un anticipo de lo que le ocurriría después, no parece que sus opiniones fueran tenidas muy en cuenta.

A comienzos de marzo estaba de vuelta en la URSS. Logró un permiso especial para viajar a Járkov, pero se apeó del tren unos sesenta y cinco kilómetros al norte de la ciudad. Con una mochila cargada de alimentos y sin acompañantes, recorrió durante días aldeas y granjas colectivas contemplando el horror que se estaba viviendo en la Ucrania rural. Documentó todo lo que vio en unos cuadernos que más tarde conservó su hermana:

Crucé la frontera de la Gran Rusia con Ucrania. En todos los lugares hablaba con los campesinos con los que me cruzaba. Todos contaban la misma historia.

"No hay pan. Llevamos más de dos meses sin pan. Se está muriendo mucha gente". En la primera aldea ya no había patatas y se estaban quedando sin reservas de buriak (remolacha). Todos decían lo mismo: "El ganado se está muriendo, nechem kórmit (no hay nada con lo que alimentarlo). Solíamos alimentar al mundo y ahora tenemos hambre. ¿Cómo nos vamos a alimentar si solo nos quedan unos pocos caballos? ¿Cómo vamos a poder trabajar en los campos si estamos débiles por falta de comida?".

Luego me junté con un campesino con barba que caminaba conmigo. Tenía los pies cubiertos con yute. Empezamos a charlar. Hablaba en ruso de Ucrania. Le di [un] pedazo de pan y otro de queso. "Eso no se puede conseguir en ningún lugar por veinte rublos. Es que no hay nada de comida". 

Caminamos juntos y hablamos. "Antes de la guerra esto era todo oro. Teníamos caballos, vacas, cerdos y gallinas. Ahora estamos en la ruina [...] Estamos condenados".

Jones encontró "hambre a una escala colosal" y en todas partes escuchaba dos frases repetidas: "todo el mundo tiene el vientre hinchado por el hambre" y "estamos esperando la muerte". Convivió con los moribundos y durmió en el suelo de tierra de las cabañas de los campesinos. Una vez compartió su comida con una niña que después exclamó: "Ahora que he comido cosas tan buenas ya puedo morir tranquila".

En Járkov continuó tomando notas. Vio interminables colas de personas para conseguir pan y habló con la gente sobre la represión, los arrestos y las deportaciones en masa que estaban teniendo lugar en toda Ucrania a la vez que la hambruna.


Cadáveres por las calles de Járkov en 1933 (fotografía de Alexander Wienerberger)


Jones salió discretamente de la URSS y el 30 de marzo dio una rueda de prensa en Berlín donde anunció que se estaba produciendo una gran hambruna en toda la Unión Soviética y emitió un comunicado. Su trabajo se convirtió así en el primero publicado en Occidente sobre la hambruna soviética de los años treinta.



Casi nadie le creyó, pues la mayoría de la intelectualidad de la época simpatizaba con el comunismo. Malcolm Muggeridge, que por entonces trabajaba como corresponsal del Manchester Guardian, publicó de forma anónima y medio censurados tres artículos sobre la hambruna, pero el resto del cuerpo de prensa se posicionó contra Jones. Entre sus críticos destacó Walter Duranty, que el 31 de marzo publicó un artículo en The New York Times titulado "Los rusos están hambrientos, pero no se mueren de hambre", en el que hacía todo lo posible por ridiculizar a Jones:

Ha aparecido en la prensa estadounidense, de cierta fuente británica, una gran historia de terror sobre una hambruna en la Unión Soviética, con "miles de personas ya muertas y millones bajo la amenaza de muerte e inanición". 

Su autor es Gareth Jones, que fue secretario de David Lloyd George y que recientemente pasó tres semanas en la Unión Soviética y que llegó a la conclusión de que el país estaba "al borde de una crisis horrible", en palabras del autor. El señor Jones es un hombre de mente aplicada y activa, y se ha tomado la molestia de aprender ruso, idioma que habla con considerable fluidez; pero el autor de este artículo estimó que la opinión del señor Jones parecía algo precipitada y le preguntó en qué se basaba. Parece ser que hizo un viaje a pie de sesenta y cinco kilómetros por aldeas de las proximidades de Járkov y que las condiciones le parecieron lamentables.

Le insinué que esa era una muestra representativa bastante inapropiada de un país enorme, pero nada hacía flaquear su convicción de que estábamos a las puertas de una gran catástrofe.

Duranty continuaba empleando una expresión que más tarde se haría famosa ("pero -diciéndolo de forma brusca- no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos") y explicaba que había hecho "indagaciones exhaustivas" y que había llegado a la conclusión de que las "condiciones son malas, pero no hay hambruna". Es lo que hoy llamaríamos una fake new.



Indignado, Jones escribió una carta al editor de The New York Times en la que enumeraba sus fuentes -muchísimas personas entrevistadas, entre ellas más de veinte diplomáticos- y atacaba a los cuerpo de prensa en Moscú:

La censura los ha convertido en maestros del eufemismo y el circunloquio. Por ello, a la "hambruna" le dan el agradable nombre de "escasez de alimentos", y "muriéndose de hambre" se suaviza para que se pueda leer como "amplia mortalidad fruto de enfermedades causadas por la desnutrición".

Y ahí quedó todo. Duranty era más famoso, más leído y más creíble que Jones, de manera que lo eclipsó. Nadie salió a defender a Jones, ni siquiera Muggeridge, uno de los pocos corresponsales de prensa en Moscú que se habían atrevido a manifestar un punto de vista similar. Además, a Occidente en aquel momento le preocupaba más Hitler que Stalin. Hasta Polonia, que tenía información detallada sobre la hambruna, guardó silencio, pues había firmado un pacto de no agresión con la URSS en 1932. En agosto de 1933, el político radical francés Édouard Herriot, que había sido jefe del Gobierno de su país en tres ocasiones, fue invitado a visitar Ucrania para desmentir los rumores sobre la hambruna. En un viaje que duró dos semanas, Herriot inspeccionó una colonia modelo infantil, vio tiendas en Kiev cuyos escaparates, vacíos todo el año, se habían llenado convenientemente para la ocasión, viajó en barco por el Dniéper, se reunió con obreros y campesinos entusiastas aleccionados de antemano, y visitó una granja colectiva de la que después recordaría lo "admirablemente bien irrigadas y cultivadas" que estaban sus huertas. Obviamente todo había sido preparado hasta el último detalle para que Herriot contemplara una imagen idílica del país. "He viajado por toda Ucrania y puedo aseguraros que he visto un vergel en todo su esplendor", declaró después. En cuanto a Estados Unidos, su nuevo presidente, Franklin Delano Roosevelt, había decidido que tras los últimos acontecimientos en Alemania y la necesidad de contener a Japón, era hora de que el país entablase plenas relaciones diplomáticas con Moscú. Roosevelt, que leía a Duranty, tenía mucho interés en la planificación centralizada y en lo que creía que eran los grandes éxitos económicos de la URSS. En noviembre de 1933, Estados Unidos reconoció a la URSS en una ceremonia que tuvo lugar en la Casa Blanca, después de lo cual se celebró un lujoso banquete en el Waldorf Astoria de Nueva York, presidido por el comisario de Asuntos Exteriores soviético, Litvínov, y el propio Duranty, el cual se levantó e hizo una reverencia ante mil quinientos invitados. Se produjo un fuerte aplauso. Según informó después The New Yorker, aquel fue "el único momento de alboroto realmente prolongado" de la noche. "De hecho, daba la impresión de que Estados Unidos, en un arrebato de buen criterio, estaba reconociendo tanto a Rusia como a Walter Duranty".

Y así, el encubrimiento de la hambruna soviética pareció estar completo.

Podríamos pensar que algo así, la ocultación de un crimen de tales dimensiones, sería difícil que ocurriera en nuestro siglo XXI, con la televisión, internet y las fronteras abiertas. Sin embargo, la historia parece empeñada en repetirse en cierto grado. Hoy desde luego es difícil no haber oído hablar o leído algo sobre el drama que lleva viviendo Venezuela desde hace años propiciado por sus autoridades. Sin embargo, hace unos meses leímos que la escritora Almudena Grandes no tiene claro lo que ocurre en aquel país y que, en consecuencia, opta por la equidistancia. Y hace poco, la corresponsal del canal estatal ruso RT en América, Anya Parampil, nos ha contado en la cadena Fox News que la culpa de todo lo malo que ocurre en Venezuela la tienen la oposición y los Estados Unidos, y que los medios nos mienten al respecto:


De manera que en el presente, a pesar de tanta información como tenemos a nuestra disposición, sigue habiendo quienes desde los grandes medios de comunicación tratan de disfrazar o tergiversar la realidad con el objeto de apoyar de forma más o menos directa a gobiernos tiránicos.

Tras sacar a la luz los crímenes de Stalin, por supuesto a Jones se le prohibió la entrada en la URSS. En 1935 estaba en Manchukuo, la Manchuria ocupada por los japoneses, que lo detuvieron y le forzaron a salir de allí. Pero antes de que pudiera hacerlo, fue secuestrado y asesinado en circunstancias un tanto misteriosas. Se cree que detrás de su muerte pudo estar el NKVD, en venganza por sacar a la luz los crímenes de Stalin.

Walter Duranty murió en Orlando. Florida, en 1957, a los setenta y tres años de edad. Llevaba años sin escribir y se había casado con una viuda rica poco antes de morir, en el mismo hospital. Su hijo y su amante habían quedado abandonados y olvidados en la URSS hacía mucho. Parece ser que en el tiempo en que permaneció en territorio soviético fue un informante de la OGPU. Siempre había tenido debilidad por las chicas jovencitas de las que el empresario Armand Hammer, también muy ligado a la URSS, le mantuvo bien abastecido. Cuando murió, el nombre de Walter Duranty significaba muy poco para el público estadounidense.

Hoy, quince países reconocen el Holodomor como un genocidio y otros cinco lo califican de crimen estalinista.

Sirva el recuerdo a Gareth Jones de homenaje a todos aquellos que persisten en denunciar públicamente la tiranía allá donde ocurra, aunque no se les haga mucho caso, aunque les cueste la vida.




Más información:

-Applebaum, Anne, "Hambruna roja. La guerra de Stalin contra Ucrania", Debate, 2019.

-Snyder, Timothy, "Tierras de sangre. Europa entre Hitler y Stalin", Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2011.

-Tzouliadis, Tim, "Los olvidados", Debate, 2010.

Gareth Richard Vaughan Jones

Holodomor victim's Memorial


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