sábado, 20 de enero de 2018

Churchill




Estoy totalmente a favor de utilizar gas venenoso contra las tribus incivilizadas.

Winston Churchill, 1919


El cine, como el arte, es propaganda. Hace un par de décadas, tras la caída del bloque soviético, Hollywood puso todo su empeño en demostrar que los sacrificados soldados estadounidenses fueron los auténticos vencedores de la Segunda Guerra Mundial. A través de películas como Salvar al soldado Ryan, U-571 o Pearl Harbor, y series de televisión como Hermanos de sangre o más tarde The Pacific, se nos transmitió el mensaje de que los EEUU habían salvado el mundo y que por tanto debían dominarlo protegerlo. Se trataba, en fin, de justificar su papel de única gran potencia planetaria, de imperio global.

La actual proliferación de películas hagiográficas sobre Churchill y el momento en que Gran Bretaña se quedó sola frente al nazismo, tras la caída de Francia en 1940, no puede ser casualidad. Quizá peque de conspiranoico, pero se me antoja que producciones como Su mejor historia, Dunkerque, ChurchillEl instante más oscuro o la serie The Crown no se han estrenado a lo largo del último año y pico por casualidad. En la era del Brexit parece más necesario que nunca restar importancia al aislamiento del Reino Unido recordando los momentos gloriosos en que los británicos hicieron frente solos (bueno, con un imperio detrás) y de forma exitosa a una terrible amenaza que venía precisamente de la Europa continental. Si entonces los hijos de la Gran Bretaña lograron salir airosos de aquel lance, cómo no se las van a apañar ahora fuera de la UE.

La figura de Churchill está presente en todas las producciones que he mencionado arriba. En unas más que en otras, pero está, y en todas se muestra una imagen amable y elogiosa del personaje. Digamos que se cuentan sus luces sin hacer prácticamente referencia a sus sombras. Es verdad que los acontecimientos posteriores otorgaron la razón a Churchill cuando se opuso a negociar la paz con Hitler haciendo frente a las presiones que venían de su propio partido, y es verdad que es algo muy meritorio y muy digno de ser recordado. Pero, como ha ocurrido con otros personajes históricos, estamos convirtiendo a Churchill en un mito. Quizá ya no nos resulte tan simpático si tenemos en cuenta que soltó alegatos racistas y colonialistas, como el que está escrito arriba, y nos caerá aún peor si consideramos que esas cosas las decía mientras era ministro de la Guerra y el Aire. El hecho de que hablara de gases lacrimógenos no hace que el comentario sea ni menos racista ni menos colonialista. Antes de la Segunda Guerra Mundial simpatizó con Mussolini y siempre fue un firme defensor del Imperio Británico, aunque no parece que le preocupara mucho la vida de los habitantes de las colonias. Siendo ya primer ministro, en la Segunda Guerra Mundial, su política de tierra quemada provocó una hambruna en Bengala que mató a dos millones de personas (por otro lado, aquella fue la enésima hambruna causada por los británicos en la India). Fue un gran partidario de los bombardeos de terror sobre las ciudades enemigas y se repartió zonas de influencia por Europa con Stalin, entregándole por ejemplo Polonia, cuya libertad e independencia habían sido el casus belli del Reino Unido en la contienda. Durante su segundo mandato como primer ministro, en los años cincuenta, los británicos transformaron Kenia en un inmenso campo de concentración. Además, Churchill y el presidente Eisenhower planificaron la Operación Ajax, un golpe de Estado en Irán para mantener el control del petróleo en aquel país.





Como estratega y líder militar, la verdad es que Churchill tampoco fue la repanocha. En 1915, siendo Primer Lord del Almirantazgo, planeó el desembargo de Galípoli, en los Dardanelos. La operación se reveló desastrosa para los atacantes británicos y franceses y dejó cientos de miles de muertos por cada bando. Churchill tuvo que dimitir. Al inicio de la Segunda Guerra Mundial fue de nuevo nombrado Primer Lord del Almirantazgo y reestrenó su cargo con un nuevo fracaso: el 14 de octubre de 1939, el submarino alemán U-47 penetró en la base británica de Scapa Flow, en Escocia, y hundió el acorazado HMS Royal Oak matando a 833 hombres de su tripulación. Después el submarino, comandado por Günther Prien, logró escapar y regresar a Alemania. Churchill planificó una compleja operación para hacerse con el control del norte de Noruega y Suecia y cortar así el suministro de mineral de hierro sueco a Alemania, pero los germanos se le adelantaron ocupando Dinamarca e invadiendo Noruega, de tal forma que los planes aliados fracasaron. Sorprendentemente, a pesar de todo ello fue nombrado primer ministro en sustitución de Chamberlain. A finales de 1940 Churchill decidió enviar fuerzas militares a Grecia para hacer frente a la invasión italiana y luego alemana de dicho país, pero fueron derrotadas y el Eje salió victorioso. El traslado de fuerzas británicas a Grecia se hizo con la oposición del Comandante en Jefe de Oriente Medio, el general Wavell. A comienzos de 1941 Wavell logró una aplastante victoria contra los italianos en Beda Fomm, Libia, y en aquella primavera prácticamente los expulsó de África Oriental, pero la decisión de Churchill debilitó inútilmente al ejército británico en el norte de África que tuvo que detener su ofensiva. Esto dio tiempo a Hitler para socorrer a su aliado Mussolini enviando a Libia el famoso Afrika Korps de Rommel. Si Churchill hubiera permitido a Wavell continuar su ofensiva hacia Trípoli en febrero, probablemente se habría expulsado a los italianos de Libia antes de la primavera. Como no fue así, la campaña del norte de África se prolongó durante más de dos años y medio. Terminó con la victoria de los Aliados, pero a un precio muy alto. En 1944 Churchill se opuso con todas sus fuerzas a los planes del desembarco de Normandía. Obsesionado con sus fracasos en los Dardanelos y Grecia, para él la liberación del continente debía de hacerse por los Balcanes, a los que denominaba "el vientre blando de Europa".

Podríamos decir que el único triunfo político y militar de Churchill fue su determinación en no negociar la paz con Alemania, lo que le otorga una corresponsabilidad en la derrota del nazismo, que no es poco. Para hacerle justicia, también habría que reconocer que fue un gran orador, un prolífico autor de aforismos y frases lapidarias, y un excelente escritor, pues no en vano recibió el Premio Nobel de Literatura en 1953. Sin embargo, la imagen que recibimos de él hoy en las pantallas es la de un señor mayor cascarrabias pero afable cuando se le conocía bien, amantísimo de su esposa y de su pueblo, capaz incluso de colarse en el metro de incógnito para pedir consejo a sus conciudadanos. Un hombre entrañable y valiente que reconocía y enmendaba sus errores. Un gran hombre, vaya, que no es sino la personificación del espíritu de resistencia y superación del pueblo británico, siempre acechado por los peligros procedentes del continente. Es posible, no obstante, que el propio Churchill se hubiera opuesto al Brexit pero ¿qué le importa la verdad histórica a la propaganda?




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