sábado, 31 de octubre de 2015

La bruja



Fotograma de Los mundos de Coraline (2009), de Henry Selick


Érase una vez una bruja venida a menos.

La conocí hace bastante tiempo, cuando no daba miedo ni risa. O sea, cuando parecía una persona normal. Era una chica atractiva, con el pelo largo y negro, divorciada y madre de un chaval. Tenía mil problemas que solía contarme en largas conversaciones. Creo que yo le interesaba para algo más que como simple oyente de sus desventuras, pero ella en cambio no me acababa de gustar. No era por su aspecto, ya digo, sino que yo intuía que alguna cosilla en su interior no funcionaba del todo como debía.

Un par de años atrás consumó su conversión. Digamos que las dificultades de la vida le hicieron tomar derroteros equivocados, como a Darth Vader. Abandonó la rutina, dejó su trabajo y se zambulló en una existencia de fantasía y magia de mentira. Empezó a relacionarse con gente extraña, a vestirse siempre de oscuro, a tratar de curar enfermedades con pócimas y hierbas, a soltar frases lapidarias, a intentar resolver los problemas propios y ajenos con rezos, velas, conjuros y falacias. A llevar una estúpida vida de ficción, vaya. Por lo demás, resultó ser una hechicera muy torpe, porque nada le salía bien. Igual que hizo con otros, buscó la forma de engatusarme con sus sortilegios, de introducirme en su mundo de falsos encantamientos y absurdas estafas.

Pero fue en vano, porque nunca he creído en las brujas.




Actualización, noviembre de 2015: Vuelvo a verla después de mucho tiempo y constato que ha cambiado de nuevo, aunque esta vez para bien. Me congratulo y deseo que se estabilice en esta fase, para su tranquilidad y la de quienes la rodean.


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