viernes, 3 de abril de 2015

El problema de la justicia




Hace casi seis años me mordió en la mano derecha una víbora, en concreto la de la imagen. De todas las víboras con las que me he topado a lo largo de mi ya prolongada existencia, que han sido unas cuantas, esta es la que menos daño me ha hecho y con diferencia: una noche de hospital y una hinchazón que me duró apenas dos semanas. Ninguna secuela. El castigo que recibió, en cambio, fue muy severo. Como el animal y yo coincidimos en una playa (asturiana, para más señas), no dudé en denunciarlo a las autoridades. Al poco se presentó allí la policía, que capturó al reptil, el cual fue ejecutado sin juicio previo por el cruel procedimiento de separarle la cabeza del cuerpo. No puedo dejar de reconocer que, probablemente, nada de esto habría ocurrido si yo no hubiese cometido la absurda imprudencia de tratar de agarrar al infortunado bicho creyendo que se trataba de una simple culebra de agua, similar a las que atrapaba sin problemas en mi ya lejana adolescencia. La verdad, ¿acaso una víbora no tiene derecho también a relajarse tomando el sol a la orilla del mar? Ella fue más bien mi víctima y no al revés.

Al contrario de lo que le ocurrió a Peter Parker con la araña, aquella mordedura no me otorgó superpoderes (como podría ser el control de la temperatura corporal, que me habría venido muy bien dado lo poco que aguanto el calor), ni tampoco me inmunizó frente a nada. De hecho ya digo que las otras víboras que se han cruzado en mi camino han sido infinitamente más virulentas y nocivas. Quizá porque, a diferencia de la que me mordió, estas eran humanas. Y bueno, que yo sepa, después de amargarme la vida cada una de ellas ha seguido tranquilamente con la suya como si nada, cometiendo vaya usted a saber cuántas tropelías más. No digo que merezcan que les corten la cabeza, claro, que tampoco soy la Reina de Corazones (más bien el rey de los corazones rotos), pero oiga, es que me han demostrado ser tan malas y estar tan perturbadas que casi las calificaría de peligro público.

Mi vida como metáfora de la situación de la justicia en España (¿o en el mundo?). Hace unos días se detuvo a un tuitero por publicar imbecilidades en internet acerca del espantoso accidente aéreo de  la compañía Germanwings, entre otras cosas. Que el tipo es idiota perdido queda fuera de toda duda. Que por ello lo detenga la Guardia Civil parece un tanto excesivo. Un par de semanas atrás, ocho personas fueron condenadas nada menos que a tres años de cárcel por protestar contra los recortes hace cuatro años frente al Parlamento de Cataluña. Esto ya no es solo excesivo, es salvaje. Por las mismas fechas hemos sabido que el partido que nos gobierna se financió ilegalmente durante dieciocho años... y bueno, no pasa nada: ahí sigue, gobernando.

Decididamente la justicia está mal a todos los niveles. Y eso del karma no existe: los peores se van de rositas cada dos por tres.


3 comentarios:

  1. La de Asturias, era una pícara viborita. Sin duda. Y la justicia española, una mierda

    ResponderEliminar
  2. Comparto tu opinión de que estas últimas condenas son excesivas.

    Por curiosidad, ¿cómo ves el tema de la prohibición legal del negacionismo del Holocausto en algunos países? Porque en algunos aspectos me recuerda lo del tipo de Germanwings, no voy a estar de acuerdo con alguien así pero lo políticamente correcto me incita a pensar que el "historiador" en cuestión debería poder decir lo que le de la gana, aunque sea una barrabasada. Claro que hay aspectos sociales y políticos a considerar.

    P.D. Lo tuyo agarrando culebras me recuerda una escena de Prometheus.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues opino que hay disponible suficiente cantidad de pruebas e información sobre el Holocausto como para rebatir a cualquiera que pretenda negarlo. Pero en todo caso creo que la censura nunca es buena. Es como la polémica por la reedición este año de "Mein Kampf" en Alemania, en la que afortunadamente parece que va a prevalecer el sentido común, de forma que se va a publicar finalmente el libro. La gente tiene que poder formarse su propia opinión, no se la puede tratar como a los niños. Los apologistas del nazismo y los negacionistas del Holocausto -que vienen a ser los mismos- se ponen a sí mismos en evidencia cada vez que abren la boca, y más hoy con toda la información de la que se dispone. Si los censuramos los convertimos en mártires de su causa, que es justo lo que buscan.

      PD: El de "Prometheus" era biólogo, así que tenía algo más de delito que yo, pero sí, fui un poco Premio Darwin.

      Eliminar