sábado, 9 de febrero de 2013

Niños robados




El tema es nuevo y a la vez no lo es. Es nuevo porque está de actualidad en España desde hace unos años. No lo es porque en nuestro país el asunto empezó a raíz de la Guerra Civil y se prolongo hasta finales de los ochenta o principios de los noventa. Lo que pasa es que nos estamos enterando ahora de su magnitud.

El secuestro en masa de menores por motivos políticos o raciales ha ocurrido en otros lugares también, por desgracia. 

En cuanto a número, hasta ahora los nazis se llevaban la palma. Se calcula que secuestraron a cientos de miles de niños arios en varios países ocupados, sobre todo en Polonia, para germanizarlos. Sólo entre el 10 y el 15% de ellos fueron devueltos a sus familias.

A lo largo del siglo pasado, más de 100.000 menores aborígenes australianos fueron secuestrados por las autoridades para que se criasen entre blancos, o sea, de forma “civilizada”. El Gobierno australiano pidió perdón por ello hace tan sólo cinco años.

De la misma forma, una cantidad similar de niños indígenas de la provincia de Terranova y Labrador fueron secuestrados por las autoridades canadienses durante décadas, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, e internados en residencias religiosas. Se suponía que el propósito era educarlos, pero en la práctica el objetivo fue "matar al indio en el niño", es decir, erradicar la cultura indígena.  Los niños secuestrados sufrieron todo tipo de abusos, incluyendo obviamente los sexuales. Canadá pidió disculpas por ello en 2008, aunque el daño ya está hecho: el millón de indígenas que quedan en Canadá sufren las mayores tasas de pobreza, delincuencia, suicidios, alcoholismo y drogadicción del país.

En 1948, durante la Guerra Civil Griega, unos 30.000 niños fueron secuestrados por los comunistas y enviados a países como Albania, Yugoslavia y Bulgaria para que fueran reeducados políticamente. Las condiciones en que se desarrolló aquel exilio forzado hicieron que muchos murieran. La ONU condenó el secuestro de los niños griegos. Sólo unos pocos miles fueron repatriados.
 
La dictadura argentina secuestró a unos 500 niños. Hasta hoy, sólo se ha recuperado a poco más de cien.

Según Amnistía Internacional, hoy hay en el mundo al menos 300.000 niños secuestrados por milicias regulares o irregulares para servir como soldados y sufrir todo tipo de abusos.


En España, el secuestro de niños por parte del régimen franquista comenzó en 1944. Su artífice fue el eminente psiquiatra Antonio Vallejo Nágera, jefe de los Servicios Psiquiátricos del Ejército.



Vallejo Nágera, influido por algunas teorías eugenésicas de la época, opinaba que la raza hispánica había degenerado a causa de las ideas democráticas e izquierdistas hasta el punto incluso de crear un nuevo tipo biológico: 

“El fenotipo amojamado, anguloso, sobrio, casto, austero, transformábase en otro redondeado, ventrudo, sensual, venal y arribista, hoy predominante. Tiene tan estrecha relación la figura corporal con la psicología del individuo que hemos de entristecernos de la pululación de Sanchos y penuria de Quijotes”.

Vallejo no era un genetista acérrimo y daba importancia a los factores ambientales en la mejora de la raza. Tampoco era un racista estricto, aunque no abominaba del racismo como lo concebían los nazis: 

“Agradezcamos al filosofo Nietzsche la resurrección de las ideas espartanas acerca del exterminio de los inferiores orgánicos, de los llamados parásitos de la sociedad. La civilización moderna rechaza tan crueles postulados en el orden material, pero en el moral no se arredra en llevar a la práctica medidas incruentas, que coloquen a los tarados biológicos en condiciones que imposibiliten su reproducción y transmisión a la progenie de las taras que les afecten. El medio más sencillo y fácil de segregación consiste en penales, asilos y colonias para los tarados, con separación de sexos”.

La moral católica de Vallejo le impedía aprobar el asesinato (“eutanasia” para los nazis) o la esterilización de los supuestos tarados. La solución estaba en la “eugenesia positiva”, que trataba de “multiplicar a los selectos” en perjuicio de los débiles. Y puesto que ciertas ideologías habían influido en la decadencia de la raza, había que exaltar las cualidades espirituales, moralizar las costumbres y reprimir las bajas pasiones y las ideologías inmorales. El patriotismo era la esencia de la raza.

Durante la guerra, Vallejo llevó a cabo una serie de investigaciones biopsíquicas en prisioneros republicanos, concretamente sobre miembros de las Brigadas Internacionales encerrados en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña (Burgos) y sobre cincuenta mujeres republicanas presas en la cárcel de Málaga. En San Pedro de Cardeña había agentes nazis, por cierto. El objetivo de su trabajo era hallar las relaciones que puedan existir entre las cualidades biopsíquicas del sujeto y el fanatismo político-democrático-comunista. Después publicó informes al respecto.

Acerca de las mujeres, el estudio dejaba claro desde el principio la opinión de sus autores:

“Recuérdese para comprender la activísima participación del sexo femenino en la revolución marxista su característica labilidad psíquica, la debilidad del equilibrio mental, la menor resistencia a las influencias ambientales, la inseguridad del control sobre la personalidad y la tendencia a la impulsividad, cualidades psicológicas que en circunstancias excepcionales acarrean anormalidades en la conducta social y sumen al individuo en estados psicopatológicos... Si la mujer es habitualmente de carácter apacible, dulce y bondadoso débese a los frenos que obran sobre ella; pero como el psiquismo femenino tiene muchos puntos de contacto con el infantil y el animal, cuando desaparecen los frenos que contienen socialmente a la mujer y se liberan las inhibiciones frenatrices de las impulsiones instintivas, entonces despiértase en el sexo femenino el instinto de crueldad y rebasa todas las posibilidades imaginadas, precisamente por faltarle las inhibiciones inteligentes y lógicas... Suele observarse que las mujeres lanzadas a la política no lo hacen arrastradas por sus ideas, sino por sus sentimientos, que alcanzan proporciones inmoderadas o incluso patológicas debido a la irritabilidad propia de la personalidad femenina”.

En sus investigaciones Vallejo concluyó lo que ya era presumible de antemano: el marxismo (que él confundía con el antifascismo) tenía una clara y directa relación con determinados problemas psíquicos, así como con unos niveles bajos de inteligencia y de cultura. No es que el marxismo fuese una enfermedad, sino que las personas con características psíquicas degenerativas e inferiores, en contacto con determinados ambientes, se volvían fanáticas seguidoras de las ideas de izquierdas. La mujer, al tener unas características psicológicas potencialmente degeneradas, era más propensa a caer en el izquierdismo. Vamos, que ser de izquierdas era más propio de degenerados, imbéciles y mujeres.

Los estudios de Vallejo Nágera fueron una forma de estigmatización psicosocial del adversario político, una cobertura científica para la represión llevada a cabo por el régimen, en la misma línea en que ocurriría después en la Unión Soviética, cuando se encerraba a los disidentes en manicomios.

La vida de las presas rojas en las cárceles franquistas era infernal. 

Antonia García, militante de las Juventudes Socialistas Unificadas, ingresó con 18 años en la cárcel madrileña de Ventas, tras pasar largo tiempo en la comisaría de Núñez de Balboa, donde había sido torturada:

“El primer día que estuve en la sala, después de haber sufrido el shock de la enfermería, llegó la hora del recuento. Al término, todo el mundo se tiraba al suelo para coger sitio, y según caían, así se quedaban; yo me quedé pegada a la pared y seguí toda la noche en la misma posición. A la mañana siguiente tenía las piernas hinchadísimas y una visión angustiosa de la vida que me esperaba. Por la mañana aquello era un cuadro demencial, las mujeres se estaban despiojando, se rascaban las que tenían sarna. Lo primero que pensé es que nos estaban convirtiendo en animales. Nos daban de comer cada veinticuatro horas un plato de lentejas, si te llegaban, y estaban duras, no tenían sal ni aceite o grasa, no teníamos agua, se cortaba y no había apenas. No te podías duchar. Ibas al váter y estaba hasta arriba de mierda. Y pensaba que no podía vivir así”.

A Antonia García la condenaron a muerte. Pasó un mes angustioso esperando que la “sacaran” cualquier madrugada y luego le conmutaron la pena. Estuvo varios meses en la cárcel de Claudio Coello y como se fatigaba mucho y le dolía la cabeza, la trasladaron a una prisión para locas, en la calle Quiñones. Allí había mujeres con grilletes en el patio a las que les ponían un plato de leche en el suelo y tenían que beber con la lengua, como si fueran animales. Y otras desnudas en sus celdas con la boca llena de sangre. “Había enfermas de los nervios, locas rematadas no eran, a ellas las volvía locas de las inyecciones, de las duchas frías que les daban”.

Muchas mujeres se llevaban a sus hijos a la cárcel o daban a luz allí. Estos niños eran objeto de la propaganda franquista, comenzando por ser bautizados, con o sin permiso de las madres, en ostentosas ceremonias religiosas que recogía la prensa.

En 1944 todos los niños que vivían con sus madres en la cárcel de Santurrarán (Guipúzcoa) desaparecieron de golpe. Así empezó el secuestro masivo de niños rojos por parte del Estado. Se los llevaron a hospicios, colegios religiosos, internados de Auxilio Social o se los entregaron a familias adoptivas cambiándoles el apellido. El objetivo era “combatir la progresión degenerativa de los muchachos criados en ambiente republicano”, según escribió Vallejo Nágera en 1941. También recomendaba para estos niños la red asistencial falangista o católica, que garantizaba ”una exaltación de las cualidades biopsíquicas nacionales y la eliminación de los factores ambientales que en el curso de una generación conducen a la degradación del biotipo”. Era la puesta en práctica de las teorías de la “eugenesia positiva”, de la mejora de la raza a través de la educación política y religiosa.

No fueron sólo los niños que vivían con sus madres en las cárceles. La intención del Ministerio de Justicia era recoger a todos los hijos de los asesinados, encarcelados o desaparecidos: “Miles y miles de niños han sido liberados de la miseria material y moral; miles y miles de padres de esos miles de niños, distanciados políticamente del  nuevo Estado español, se van acercando a él, agradecidos a esta tremenda obra de protección”, afirmaba el Patronato de la Merced a mediados de 1944.

La verdad es que los niños eran castigados por los pecados de sus padres, se les decía que eran “hijos de Satanás”, se les obligaba a rezar de rodillas durante horas, y por supuesto ellos no entendían nada. Fue todo un proyecto de reeducación masiva, dirigido a los más débiles, a los hijos de las familias sin posibilidad de defensa ni capacidad de reacción alguna, a los vencidos de la guerra.

Hasta mediados de los años cincuenta, el número de niños secuestrados fue de 30.000. Después, y como pone en este artículo, durante las cuatro décadas siguientes, el robo o apropiación de niños se perpetraron de forma más sutil, en clínicas y casas cuna, la mayoría ligadas a organizaciones religiosas. Las madres ya no eran presas, rojas o esposas de rojos, sino mujeres en camisón que intimidadas por un médico, aturdidas por el dolor de haber perdido supuestamente al hijo recién nacido, lamentan hoy no haber insistido más para que les enseñaran el cadáver. Generalmente eran madres solteras, muy jóvenes y con pocos recursos, incapaces de reaccionar frente a la presión de médicos, monjas y funcionarios. 

Por lo visto, el número total de secuestros estaría en torno a los 300.000, lo que nos convertiría, por lo que yo sé, en el país con mayor número de niños robados del mundo.

Acerca de esa eminencia que fue Antonio Vallejo Nágera, recomiendo el libro Los Psiquiatras de Franco. Los rojos no estaban locos (Península, 2008), del psiquiatra Enrique González Duro.



También el documental Els nens perduts del franquisme, de Montse Armengou y Ricard Belis.












5 comentarios:

  1. Acojonante muchacho, no tenía ni idea de prácticamente nada de lo que cuentas, asombroso, parece que hace siglos y casi fue anteayer, en fin, aunque la historia contada sea de olvidar es de agradecer que no se olvide.

    Saludos.

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  2. Yo conozco a un "niño robado" que se enteró no hace mucho de su condición. Después de asumirlo, no tiene ganas de rebuscar a sus verdaderos padres. El miedo le puede. Supongo que es duro, obvio.

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  3. El tema está ahora en el "candelabro", como decía la otra. Y bueno, supongo que habrá quienes prefieran no rebuscar, eso es algo personal, pero está bien que vaya saliendo todo el asunto a la luz.
    Y a saber cuánta porquería hay en nuestro pasado reciente (y no sólo en España) que aún no ha salido...

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  4. http://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-40465823

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  5. https://www.elmundo.es/espana/2019/10/21/5dae0704fc6c831d3e8b45c6.html

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